4.4.05

El sábado fui a un matrimonio. Pero a uno bien especial: mi primera amiga de la universidad, una de las más cercanas y una de las personas más especiales que he conocido también, realizaba una lejana profecía de una tarde con cervezas, pases escolares y curiosidad por el futuro: ser la primera en casarse, y nada menos que con un profesor de la escuela. Claro que el profesor se ve tan chico como sus alumnos y sólo la lleva por 5 años, así que todo bien.
Mi amiga nació y se crió en México, y su matrimonio fue digno de las teleseries de ese país, con un montón de ritos y costumbres que usualmente sólo vemos por televisión. Fui testigo afortunada, ya que el día anterior mi amiga me cedió el trabajoso honor de velar por la cola de su vestido durante la ceremonia.
De partida, no podía ser en un día como cualquiera: la fecha elegida por los novios coincidió con la lamentable muerte del Papa Juan Pablo II. Por lo tanto, mientras llegábamos los invitados, vestidos con nuestras mejores pintas, la iglesia estaba llena de personas rezando por el alma de este importante líder espiritual. Pero no fue difícil dar paso del recogimiento a la alegría y emoción de este enlace.
Otro dato para la trama de este culebrón: sólo una semana antes, el novio estuvo internado en la UTI de una clínica, luego de que mi amiga lo descubriera inconsciente y vomitando sangre...debió tratarse de forma express una hemorragia gástrica severa, que casi nos deja sin ceremonia.
Y mi amiga...dio vueltas por más de media hora, esperando que se renovara el público de la iglesia, desde los apenados por el Papa a los felices -o no tanto, pero presentes igual- por el matrimonio. Llegó con su vestido de princesa, blanca y radiante como dice la canción. Y yo, torpe, con los tacos que no había usado nunca, con mi cartera colgando, acomodando el vestido de la mejor forma que se me podía ocurrir, tratando de evitar que se enredara en el velo, que se embarrara la cola.
Entre los asistentes, una delegación mexicana amiga de la familia, un joven cuasi aristócrata vasco español, la infaltable Cuartafila -nuestro querido grupo de amigos, visto por el resto como secta universitaria- familiares del novio y la novia, autoridades y profesores de la escuela de periodismo que vio crecer nuestra amistad y el romance de los novios, primero oculto, y ahora público incluso ante Dios.
Entre tanto pararme, agacharme, tirar la cola, estirar el velo, pararme y sentarme de vuelta, una de mis labores era retirar el banquito luego de que les pusieran "el lazo". Yo sólo dije "OK", tratando de recordar la parte del lazo en matrimonios anteriores. Otra gran amiga me sacó de la duda..."¿Es que no has visto matrimonios en teleseries mexicanas?"...en realidad...NO. Resumiendo, una señora alta y distinguida traía en sus manos algo como un gran rosario de perlas y plata, pero en realidad era como un rosario doble que terminaba en una sola cruz y sus misterios. Así, rodeaban a la novia con una mitad, al novio con la otra y la cruz colgaba entre ellos, como muestra física del compromiso que acaban de adquirir ante Dios y el resto.
También conocimos a una amiga de infancia de la novia, de la que habíamos escuchado muchas veces. Ella vino especialmente desde México para llevar las arras, otro singular rito de la boda, no mexicano sino que español, otro lugar donde la itinerante novia vivió parte de su niñez.
Las arras son unas monedas, me parece que de plata, que reúnen sus familiares y se entregan a los novios para su bienestar económico en la nueva vida en común. Durante la ceremonia, se las entregan uno al otro, mientras el sacerdote las bendice.
Obviamente, todo esto ante un altar de la Virgen de Guadalupe, armado especialmente para la ocasión, donde los padres de cada novio prendió una vela, que es como el "vamos" a la nueva familia que emprenden sus hijos.
La ceremonia terminó con su primera oración de esposos, dedicada del uno al otro, donde el novio arrancó lágrimas de la concurrencia con su sentido discurso. Pero esto era sólo la ceremonia...aún faltaba la fiesta.
En un lugar hasta con propiedades magnéticas al parecer (nuestros celulares bajaron sin batería), al que se llega tras 6 kilómetros de empinadas curvas, en un lugar más arriba y más exclusivo -aún- que la iglesia donde se celebró el matrimonio...ahí fue la fiesta. Una piscina con olas y temperada era el telón de fondo a una gran construcción. Mientras saboreábamos el cóctel de bienvenida, nos invitaron a recibir a los novios, que aparecieron en una gran escala doble, iluminada, seguidos por un grupo de mariachis que entonaron canciones típicas mexicanas para honrar a los novios, mientras los padres y amigos de México bailaban animosamente al pie de la escala.
Y así...en un lugar de teleserie, con novios de teleserie, tras una ceremonia de teleserie, fui al mejor matrimonio de mi vida. Sin contar que con mi niño también pasé una de las mejores veladas de nuestra relación, mucha conversación, romance, baile mmm...me encantó.
Ese sí que no fue "sólo un día más".

Posted by * A m y L u n a * at 11:32 a. m.

 
3 comentarios

no exactamente rutina, pero es dulce.

By Blogger _crm_, at 8:00 p. m.  

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